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miércoles, 31 de agosto de 2011

Anécdotas asiáticas: Peripecias para ir de Pingyao a Xian en autobús

Aquel día, mi compañero de viajes y yo estábamos en Pingyao y queríamos ir a Xian para continuar con nuestra aventura por China. Había visto en algunas guías que el modo más económico y rápido para ir de Pingyao a Xian era en autobús. De ese modo, evitaríamos también las siempre estresantes, si bien interesantes, estaciones de tren en China, donde se puede presenciar el caótico ir y venir de millones de personas cada día y ser consciente de la importancia que tiene el transporte ferroviario en este país.


Así pues, tomamos la bicicleta de dos plazas que alquilamos y nos dirigimos a la estación de autobuses con la intención de conseguir los billetes.  Después de pasar un rato intentando escribir los caracteres chinos de las dos ciudades en un papel, nos dirigimos a la ventanilla de los tickets, donde una señorita nos dio a entender por sus gestos y su cara de pocos amigos que allí no nos iba a vender nada. Tras intentarlo con la chica de al lado y no conseguirlo, desistimos. No entendíamos en absoluto por qué no nos vendían los billetes, con lo currados que estaban nuestros caracteres chinos... Una pena... 


Estábamos en la puerta de la estación sin saber qué hacer. Se nos pasó por la cabeza ir a la estación de tren para ver si allí corríamos mejor suerte, pero nos entraba pánico imaginar otro viaje de tren tan malo como el que hicimos de Pekín a Pingyao, si bien ya controlábamos el tema de cómo comprar billetes de tren en China. Así pues, se descartó la idea y nos fuimos hacia el hostal para ver si ellos nos podían ayudar. Y nos ayudaron. Nos dijeron que no había problemas, que ellos conseguirían los billetes, eso sí, pagando unos 2 o 3 euros más por la molestia. La verdad es que no me gusta demasiado contratar excusiones organizadas ni comprar billetes de tren o avión en el hotel, pero en este caso, era lo único que podíamos hacer si queríamos llegar a Xian desde Pingyao en autobús y continuar con nuestro viaje. 

 La chica que nos atendió en el hostal nos dijo que teníamos que presentarnos al día siguiente a las 9 de la mañana en la recepción, porque allí habría un “taxista” que nos llevaría a la “autopista” para tomar el autobús. ¿Autopista? Mi amigo y yo nos miramos pensando en que habíamos entendido mal o que no se había explicado bien. Después de comentarlo entre nosotros, llegamos a la conclusión de que lo que nos quiso decir era que nos llevaría a la carretera (lugar donde estaba la estación de autobuses). 

 Al final del día y antes de irnos a dormir, volvimos a preguntar para confirmar la hora y, de nuevo, salió la palabra “autopista”. En aquel momento, dimos por hecho que la chica había aprendido mal la palabra autopista y que lo que quería decir era carretera, pero lo que no supimos en ese mismo momento era que la chica sabía muy bien lo que decía y que éramos nosotros quienes íbamos fallando en nuestras suposiciones... 

A la mañana siguiente, estuvimos en recepción puntuales, a las 9 de la mañana, para que un “taxista” nos llevara a la estación de autobuses. Tras tomarnos un té de jazmín, vino un señor, de unos 50-60 años, nos miró, nos sonrió y nos dijo (siempre con gestos) que lo siguiéramos, que él nos llevaría a “la estación”, “a Xian”. Estaba claro que su inglés era muy limitado: station, bus, tickets, Xian... Después de montarnos en la furgoneta y ver que nos empezamos a desviar del itinerario que seguimos el día anterior para ir a la estación, empezó a invadirnos un ligero temor que intentábamos disimular. Pero fue por poco tiempo. Al cabo de 5 minutos, empezamos a mirarnos preguntándonos a dónde estábamos yendo. En esos momentos te das cuenta del poder de la comunicación, del lenguaje. Para nosotros era imposible decirle nada al señor taxista, al menos en el plano lingüístico. No podíamos preguntarle por qué se estaba alejando de la estación de autobuses, no podíamos preguntarle a dónde íbamos... Y mientras estaba sumido en estas cuestiones, la furgoneta se detuvo. Emmm... ¿Qué pasa? Aquí no está la estación... El señor, con gestos nos dijo que nos bajáramos y nos subiéramos en la furgoneta que había delante. Otra furgoneta, un poco más vieja y deteriorada, cuyo conductor no articulaba palabra alguna en la lengua de Shakespeare, nos esperaba con el motor encendido. Te puedes imaginar la cara de interrogación que se nos quedó. ¿Otra furgoneta? ¿Un trasbordo para llegar a la estación de autobuses? La chica del hostal nunca mencionó nada de eso... Pese a todo, nos metimos en aquella furgoneta.

Ahora estábamos un poco más perdidos en todos los sentidos. No sabíamos qué hacíamos ahí ni a dónde íbamos. Empezamos a formular varias hipótesis. Una de las que más éxito tuvo era la de que este nuevo taxista nos llevaría a Xi’an por autopista, que era este el “autobús”. Estábamos cavilando cuando, de repente, vimos que en el asiento delantero, al lado del conductor, había una niña pequeñita, de unos 3 o 4 años... La situación nos iba intrigando cada vez más y por mucho que intentábamos descubrir qué pasaba, el resultado era el mismo: nada, no sacábamos en claro nada, y la furgoneta seguía su curso, alejándose de la ciudad y de aquella estación de autobuses donde el día anterior nos fue imposible comprar los billetes.

Empezamos a sentirnos más inquietos. Estábamos en una furgoneta, en medio de China, con un señor con el que era imposible comunicarnos y una niña sentada que no emitía sonido alguno... ¿Qué más podía pasar? Pues que viéramos un peaje de autopista y que la furgoneta parase. Sí, estábamos en un peaje y el señor aparcó en un lado de la “autopista”. La furgoneta quedó en silencio. Nadie decía nada. Ninguno se movía. Las únicas que hablaban eran las miradas que mi amigo y yo intercambiábamos, incrédulos, desconcertados y un poco preocupados. A lo lejos se empezó a ver algo azul... Conforme se acercaba pudimos ver que se trataba de un autobús. ¿Un autobús? ¡El autobús! ¡En la autopista! Entonces el señor se volvió a mirarnos y nos dijo “bus Xi’an”. En esos momentos fue cuando entendimos que la chica del hostal sabía utilizar muy bien la palabra autopista y que en la estación de autobuses no nos quisieron vender el billete porque el autobús no salía desde allí. Esto último es otra suposición más, porque no pudimos preguntar nunca a nadie si esa teoría era cierta.

Y así fue como acabó esta anécdota asiática, una anécdota en la que pude comprobar el poder de la (in)comunicación y experimentar la sensación de estar perdido en medio de la nada, en la inmensidad de China, sintiéndome como si fuera una aguja en un pajar esperando a ser encontrada.

El autor

José Luis es un andaluz afincado en Barcelona desde hace ya un tiempo. Su pasión es descubrir nuevas culturas, viajar y escribir. Por ello realizó estudios de traducción e interpretación, una forma bastante acertada de aunar estas tres aficiones. Se define como una persona inquieta y curiosa, adicto a los viajes y al chocolate y amante del deporte, sobre todo el tenis. Prefiere los lugares tranquilos y solitarios y los rincones por descubrir.

2 comentarios:

ay!!!! estuvisteis cerca de perder un riñon! tener mas cuidadooooo! si soy yo y me dicen que me cambie a una furgoneta alli en medio de la nada, salgo corriendo como una loca!

Ana, fue toda una aventura... Por cierto, lo de salir corriendo no es mala idea, pero, a dónde irías? Qué harías? Jeje!

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